Humildad

Escrito el 04/06/2019
Pastora Tovar


La humildad es una virtud  contraria a la soberbia, que posee el ser humano en reconocer sus habilidades, cualidades y capacidades, y aprovecharlas para obrar en bien de los demás, sin decirlo.

Permite a la persona ser digna de confianza, flexible y adaptable, en la medida en que uno se vuelve humilde adquiere grandeza en el corazón de los demás.

La humildad es una cualidad o característica humana que es atribuida a toda persona que se considere un ser pequeño e insignificante frente a lo trascendente de su existencia o a Dios según si se habla en términos teológicos

Una persona humilde generalmente ha de ser modesta y vivir sin mayores pretensiones: alguien que no piensa que él o ella es mejor o más importante que otros. El concepto de la humildad en varias concepciones es a menudo mucho más exacto y extenso.

La humildad no debe ser confundida con la pobreza o la +humillación, que es el acto de hacer experimentar en algún otro o en uno mismo una avergonzante sensación, y que es algo totalmente diferente.

Para el cristianismo la mayor persona humilde fue Jesús que siendo el más rico de todos se hizo pobre y nació en un pesebre y siendo el más importante murió en una cruz (Filipenses 2:6-8), (Mateo 11:29).

Desde la perspectiva de la evolución espiritual, la humildad es una virtud de realismo, pues consiste en ser conscientes de nuestras limitaciones e insuficiencias y en actuar de acuerdo con tal conciencia. Más exactamente, la humildad es la sabiduría de lo que somos. Es decir, es la sabiduría de aceptar nuestro nivel real evolutivo.

La humildad en las personas se considera que es toda aquella cualidad que revela el completo concepto de lo que es el ser humano.

Ser humilde no es ser débil o ingenuo, al contrario, nos aporta lucidez y una fuerza particular para ver las cosas en toda su realidad.

Bien es cierto que en ocasiones puede ser complicado llegar a ver cuál es la verdadera esencia, el verdadero “humus” de nuestras vidas.Estamos llenos de obligaciones, de presiones laborales, de proyectos que cumplir, de personas ante las que responder y no defraudar.

En ocasiones nos sumergimos en una pequeña vorágine de dimensiones donde es complicado entrever lo que de verdad nos aporta la felicidad. Pero es aquí donde empieza la humildad: comprendiendo qué es importe por encima del resto de artificios.

Tu bienestar, tu familia y tú seréis siempre lo más importante. La humildad debe practicarse cada día, y el mejor modo de hacerlo es mediante unas sencillas preguntas: ¿Qué es lo que me hace verdaderamente feliz? ¿Qué es lo que no desearía perder?

Las personas humildes no se vanaglorian de sus éxitos. Practicar la humildad es un ejercicio diario que se mueve con la responsabilidad de hacer las cosas bien, de comprometerse, de hacer lo que toca y lo que es necesario, con autenticidad.

Las cosas pequeñas son las que hacen la gran diferencia entre lo que es verdaderamente importantes, esos códigos sencillos que tanto nos aportan: una sonrisa, una palabra, un gesto de empatía, códigos que no se compran, sino que salen desde lo más profundo de nuestro ser; aspectos que se instalan en nuestra memoria y que nos aportan la verdadera felicidad.

Saber escuchar, saber entender los silencios, ser receptivos, cercanos, cómplices y sinceros, son características que definen a las personas humildes. Esas que tanta confianza nos aportan y donde deberemos buscar a los verdaderos amigos.

El valor de la humildad no requiere objetos materiales, las dimensiones “intangibles” son casi siempre las que nos aportan verdadero bienestar, verdadera felicidad. Y es aquí donde reside la verdadera calidad de vida en las cosas sencillas.

La persona humilde es capaz de dejar de lado su propio bien para buscar el de los demás y eso genera en las demás personas un sentimiento de apego y agradecimiento.