Porque ser fiel a la propia identidad, valores y dignidades requiere ser fuerte de corazón y valiente en decisiones. Al fin y al cabo, la vida ya es lo bastante complicada para que otros apaguen nuestro valor y autoestimas, para que nos hagan encajar a la fuerza en espacios y dinámicas que no van con nosotros, que nos hacen sentir mal, que oxidan el ánimo.
El hambre de autenticidad aparece en nosotros a diario. Queremos ser nosotros mismos en cada decisión tomada, queremos que haya armonía en cada una de nuestras relaciones, sin recurrir a la falsedad, sin tener que ceder en cosas que no van con nosotros.
Y sin embargo sucede. Casi sin saber cómo dejas de ser tú cuando en el trabajo acabas llevando a cabo tareas que no te agradan ni te identifican. Dejas de ser tú cuando dices "si" a la pareja, a la familia o cualquier otra persona cuando lo que necesitabas era decir "no".
Nos reconocemos en el espejo, pero nos damos cuenta con tremenda angustia que hemos dejado de ser nosotros mismos para ser lo que la vida ha hecho de nosotros, cuando una persona percibe su falta de autenticidad, experimenta un gran sufrimiento, es decir, en el momento en que dejas de ser tú, día tras día y de forma continuada, llega esa frustración capaz de derivar fácilmente en una depresión.
Todos tenemos derecho a tener una existencia plena, satisfecha y alineada con nuestros intereses y pasiones. Todos florecemos a diario y nadie tiene por qué quitarnos nutrientes, marchitarnos con su presencia. Se trata por tanto,de elegir bien donde expandir nuestras raíces sin olvidar que merecemos aquello con lo que soñamos.